Recientemente se publicado en Miami una ordenanza que prohíbe la discriminación de los homosexuales declarados y obliga a aceptarlos aún como maestros en las escuelas, basándose en los derechos de las «minorías», (una «minoría» que al paso que vamos pronto llegará a ser mayoría). Sobre esto, como sobre tantas otras cosas, hay en el ambiente una enorme confusión y, debemos hacer una reflexión serena para ver cuál ha de ser nuestra actitud como católicos frente a estos problemas.
Para eso fijémonos ante todo en cuál es la actitud de Cristo que debe ser nuestra suprema norma de conducta. Cómo pensaba y cómo actuaba Cristo? Podríamos resumirlo en dos palabras: Cristo odiaba el pecado y amaba al pecador. Nunca encontraremos en Cristo una justificación del pecado, el decir que el pecado no es pecado, que lo malo es bueno y aceptable, que no tiene importancia, que debe admitirse. Nunca enontraremos en El un estímulo al pecador para seguir en su pecado y para aceptarlo como bueno. A los pecadores obstinados que se identifican con el pecado, que se sienten bien en el pecado y no quieren salir de él, les habla con palabras muy duras; y a los que empujan a otros por el camino del pecado, especialmente si se trata de niños o jóvenes, les dice: «al que escandaliza a uno de estos pequeños que creen en Mí, más le valiera que le ataran al cuello una piedra bien grande y lo arrojaran al fondo del mar».
Junto con este odio e intransigencia con el pecado encontramos en Cristo un inmenso amor y comprensión para el pecador que ha caído por debilidad pero que está consciente de su mal y no lo acepta como bueno sino que quiere salir de él. A éste le tiende la mano y le ayuda a levantarse. A la Magdalena arrepentida que viene a lavar sus pies con sus lágrimas «le perdona mucho porque ha amado mucho»; a la mujer adúltera, humillada y confundida, la defiende de sus hipócritas acusadores pero le dice enseguida: «Vete y no peques más»; a Zaqueo el ladrón, que devolvió cuatro veces lo que había robado, le dice: «Hoy ha entrado la salvación a esta casa».
A la luz de este ejemplo de Cristo podemos señalar las normas que han de regir nuestra conducta:
a) Nunca podemos justificar el mal, aprobarlo, legalizarlo. La moral de Cristo es lo más contrario a la falsa moral de esta sociedad permisiva en que vivimos en que todo está bien, en que todo se puede hacer, y que por eso mismo conduce a una sociedad decadente en que sólo se busca el placer, sin esfuerzo, sin voluntad de superación, nos dice que es estrecho y escarpado el camino y angosta la puerta que conduce a la Vida. Y por eso mismo produce pueblos fuertes, limpios, valientes, que van hacia arriba.
Siempre ha existido el mal, siempre ha habido homosexualismo, aborto, etc. Pero lo grave es que ese mal se admita, se justifique, se haga legal, porque entonces ya no se trata simplemente de fallos humanos -que siempre los ha habido y los habrá- sino que lo que ha fallado, lo que ha caído por tierra, son los mismos principios, los mismos valores fundamentales.
Por eso es importante dejar bien sentado que existe una ley moral objetiva , superior al hombre. Los actos homosexuales violan esa moral y están contra el orden establecido por Dios. Por eso nunca pueden justificarse. En diversos lugares de la Sagrada Escritura se reprueba este pecado, y especialmente San Pablo lo enumera entre los que excluyen del Reino de Dios (Cor. 8,10 y Tim. 1,10).
No cabe alegar aquí «los derechos de las minorías» porque, por una parte, nadie tiene «derecho» a hacer el mal, la libertad tiene sus límites y es muy distinta del libertinaje. Y por otra, no se puede equiparar este caso con las minorías raciales, étnicas y culturales que suponen condiciones legítimas de la persona. Habría que reconocer entonces igualmente los «derechos» de las minorías de borrachos, drogadictos, etc. que también son situaciones patológicas, y que no deben admitirse sino tratar de curarse y superarse.
b) Teniendo bien claros estos principios, a ejemplo de Jesucristo, hay que tratar con la máxima caridad y comprensión, a los que, muchas veces inculpablemente por diversas circunstancias de la vida, padecen esta desviación, y ayudarlos a superarla. Ellos por su parte, tienen la obligación de no ufanarse de ella ni darle rienda suelta sino corregirla en la medida que esto sea posible. Y por lo menos siempre es posible con el esfuerzo personal y con la ayuda de la gracia de Dios dominar las malas inclinaciones y vivir una vida fecunda y positiva que puede llegar hasta los niveles de la santidad.
Toda esta doctrina está magníficamente resumida en una breve página de la «Declaración sobre algunas cuestiones de Etica Sexual» publicada por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe hace poco más de un año.
A todos nos toca la responsabilidad de educar a las nuevas generaciones sobre firmes bases morales que nos hagan capaces de ser pueblos fuertes, con grandes ideales, constructores de un mundo mejor. Estas cosas se propagan como por contagio por los malos ejemplos, la mala orientación dada a los niños y jóvenes, el ambiente depravado, las experiencias de este tipo tenidas en los años de la niñez o de la adolescencia, y así personas que no nacieron homosexuales caen en esa situación y se va aumentando su número. Por eso los que se proclaman tales y quieren vivir ese género de vida no son aptos para ser maestros ni educadores y hacen muy bien las escuelas católicas en rechazar esa ordenanza.
Hagamos como Cristo: demos la mano al que quiere redimirse, pero no justifiquemos ni aceptemos como bueno el pecado.
Por Monseñor Eduardo Boza Masvidal
Obispo de Los Teques, Venezuela
Debemos respetar las diferencias, la discriminación que sufren no tiene justificación.
ResponderEliminarTenemos la tendencia a meternos con ciertas cosas, pero creo que cada persona está hecha a imagen de Dios, y tienes que aceptarlos como son
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